Arribaron como a las seis del mediodía; los reportaron a las tres de la misma tarde, cerca del Ajusco, bosque enclavado a orillas del Distrito Federal, en un pasaje de vía que conecta con Toluca, capital del Estado de México. Un total de cinco personas muertas. Un lugar de descanso y esparcimiento, donde la gente venia a comer y pasar un buen rato en compañía de la familia. Tal vez por ser un día entre semana la afluencia era mínima. Por eso, pese a haber sido arrojados alrededor de las siete de la mañana, fueron avistados tan tarde. Apreciaciones del forense; meras especulaciones de rutina.
Hombres de media filiación, entre veinticinco y cuarenta años, con señas de tortura. A un lado de los cuerpos. un elegante carro blanco, modelo reciente. Los acribillados, todos hombres, tenían otra cosa en común: ninguno tenía la cabeza en su lugar. Las cinco cabezas decoraban malamente al flamante auto; unas puestas en el toldo y otras encima del parabrisa. En un tosco cartoncillo, una leyenda decía:
SOY EL PERRO, ESTO ME PASO POR TRABAJAR CON EL H Y CON EL CC, ESTO LES VA A PASAR A LOS QUE TRABAJAN CON ELLOS.
ATENTAMENTE.
En el radio de los hechos se encontraron varios cartuchos percutidos y pisadas de los sacrificados y de los asesinos, por lo que el escueto informe terminaba como uno más de tantos documentos oficiales: ajuste de cuentas entre bandas enemigas que se disputan los territorios del narcomenudeo y extorsión.
Los policías federales, junto con el equipo de forenses, depositaron los despojos humanos y se encaminaron al anfiteatro de medicinal legal. Acostumbrados cada vez más a esta rutina macabra, ya no se sorprendían y aún menos se asustaban. Eso de decapitar a las victimas y dejar mensajes de persuasión a la opinión publica, además de ser grotesco, nadie lo entendía. Sería la influencia de los grupos extremistas de Medio Oriente, que tenían un modo muy peculiar de cumplir los ritos y de impartir "justicia" entre las comunidades en conflicto.
Sin cuidado, colocaron los cuerpos y las cabezas en las frías planchas de un saloncito formado por dos pequeñas naves, acomodados al azar. Los encargados —casi siempre estudiantes o malhumorados empleados— tenían una tarea aún más ingrata: asignar las cabezas a los cuerpos mutilados; tarea que se dificultaba cuando el carnicero hacia un corte limpio y desprendía la cabeza de su lugar sin tropiezo.
En el Semefo —el servicio médico forense— por cuestiones de higiene y espacio los cadáveres solo permanecían cinco días para su exposición. Si en este tiempo no eran identificados, iban a un crematorio o a una fosa común.
A veces los dolientes identificaban el cuerpo, pero no la cabeza desfigurada; o al revés. No era raro que una cabeza desadvertida coronase otro cuerpo desconocido del que llevó en vida.
Por esas causas y otras peregrinas, el camino final del decapitado era un infierno donde un cuerpo se paseaba de la mano de Luzbel, con una cabeza que no le era propia.
FIN
7 MAYO 2011
un poco de sal y pimienta
UN LUGAR, DONDE NADIE TE PIDE QUE VENGAS DE ETIQUETA, PERO SI PUEDES TRAETE LAS TORTAS Y LOS CHESCOS... Y SI NO A VER A QUIEN GORREAMOS
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viernes, 13 de mayo de 2011
lunes, 9 de mayo de 2011
estamos hasta la madre y ellos nos contestan, nos vale madre!!
pues bien.
que en estos tiempos, de guerra, una guerra que nadie pidio, que solo sirve para destrozar los cuerpos de los jovenes, de las madres, de los niños, de las personas que salen y no saben si va regresar.
alguna vez, alguien me dijo, que solo asi se empienzan los cambios, que solo asi se escuchan los gritos callados de los sacrificados, y solo asi despierta el gigante.
en estos tiempos de guerra, que nda mas ellos tienen las armas y nosotros los muertos.
en estos tiempos de guerra. como sera el rojo amanecer del 68? al ahora teñido de todos lo dias...
ya no mas, nosotros no pedimos esta guerra de ficcion, nosotros estamos hasta la madre de tanta barbarie.
esto señores no es un espetaculo de morbo y sensacionalismo, aunque para muchos lo vean asi...
http://www.blogdelnarco.com/
http://todosobrenarcotraficoenmexico.blogspot.com/
un enlace donde la sociedad se esta organizando para gritar esto que se nos esta impidiendo:
http://romperelcercoinformativo.blogspot.com/
mario a.
que en estos tiempos, de guerra, una guerra que nadie pidio, que solo sirve para destrozar los cuerpos de los jovenes, de las madres, de los niños, de las personas que salen y no saben si va regresar.
alguna vez, alguien me dijo, que solo asi se empienzan los cambios, que solo asi se escuchan los gritos callados de los sacrificados, y solo asi despierta el gigante.
en estos tiempos de guerra, que nda mas ellos tienen las armas y nosotros los muertos.
en estos tiempos de guerra. como sera el rojo amanecer del 68? al ahora teñido de todos lo dias...
ya no mas, nosotros no pedimos esta guerra de ficcion, nosotros estamos hasta la madre de tanta barbarie.
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sábado, 7 de mayo de 2011
Es un sueño
¿Es esto un sueño, del cual nunca despertaremos?
Sí, es un sueño. Las mismas cosas animadas. Las mismas personas, siempre las mismas.
¿Es esto un sueño? —preguntó el niño, cuando notó la mañana plomiza, vacía, triste y amarga.
Sí —respondió su madre—, despertarás cuando hayas muerto.
¿Es esto un sueño? —repitió la Juana antes de morir.
Nos quedamos despiertos en la pesadilla nunca concluida.
Ella, al menos no verá el mismo amanecer carcomido por la ceniza, ni carros atropellando a niños. Ni el grito de la mujer ultrajada y abandonada en un río de sangre.
La Juana murió, su sueño ha terminado.
Pero ¿será cierto?
¿No tendrá otro despertar, allá donde duerme ahora?
¿Cómo saberlo, si el dormir y el morir son una misma cosa?
¿Será esto un sueño?
¿La vida es sueño…? No lo creo; si fuera así, ¿cuál es mi despertar?
Aquí terminan mis recuerdos, pues ya nunca volví a verla; se fue, se la llevaron muy lejos. Mi madre algo sospechaba, porque es ella quien la visitaba una vez al año.
De eso hace ya dos años. El horizonte contrastaba con el gris del cielo. Llegué de noche a casa. Veían las telenovelas. ¡No se cansan nunca de lo mismo! Como yo nunca me canso de amarte. Me tiendo en la cama, exhausto, rendido de sobrevivir en el día a día.
Por una extraña razón, trato de apartar el sueño de mis ojos, jugueteo con la mugre de mis uñas. No quiero pensar, no quiero imaginar nada más, solo quiero refugio en el silencio de las oscuras aguas del olvido.
Solo cuando el dolor es agudo, es mortal en mis dedos. Me percato de lo absurdo que es el dolor humano.
Así las horas transcurren inexorables, tranquilas, en grandes pausas de melancolía cabeceo sin poder controlar este tic repentino.
Los ojos me arden como tizones. Si tan solo pudiera cerrar los ojos, si tan solo pudieran descansar mis ojos... Mi cuerpo se escurriría en un sueño… Sueño, ¿no sería abandonarme a mi muerte? Pero tengo tanto sueño… Solo un segundo.
El reloj marca con sus diminutos brazos las cinco de la mañana, ya falta solo una hora para irme a trabajar. Ya casi lo logro, ya casi…
Pero sucedió lo que nunca espera uno, lo que se queda fuera de todo plan.
—¡Fermín, Fermín!
Una voz me llamaba, desde algún lugar.
—¡Fermín! Ven, Fermín.
Unos leves toques en la lámina de cartón de mi cuartucho me alertaron.
—Fermín, que te llaman.
Cuando abrí los ojos, una luz morada me cegó.
—Soy yo, Juana.
Dudando, me asomé. ¿Es esto un sueño?
25 de Abril de 2011
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asw
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Última edición por DNAZ el Dom May 08, 2011 12:36 am, editado 1 vez en total |
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jueves, 5 de mayo de 2011
INSECTO
Insecto
—¡No puede ser!
—¿Por qué?; lo estás viendo.
—Pues sí..., pero no puede ser; al menos no así.
—¿Cómo así?
—Pues así... sin cabeza. Que, ¡la verdad!, no sé cómo lo haces pero... me parece muy increíble.
—¿Increíble? ¿O muy espantoso?
—No. Más bien..., no te ofendas por favor, lo veo grotesco.
—¡Vaya!, grotesco. Ridículo, entonces.
—No, no quise decir eso. Solo que… no esperaba verte así, sin cabeza.
—¿Te asusta, acaso?
—Bueno, al principio un poco; pero solo al principio.
—Con que esas tenemos... Te parezco gracioso, muy gracioso. Pensaba darte una gran sorpresa y veo que solo te parezco... ¿cómo dijiste? ¡Ah, sí!, grotesco. ¡Grotesco, vaya! Al menos, eres sincera.
—No lo tomes así...
—Ahora arremetes con el "así".
—No te pongas así... Perdón, ya ni sé lo que digo. Todo esto me parece absurdo, muy grotes... muy raro. Eso, muy raro.
—Ibas a decir de nuevo grotesco ¿Por qué te arrepentiste en último momento?
—Mira, sí deseabas impresionarme, lo lograste. Ahora, explícame cómo lo haces.
—¿Hacer qué?
—¿Cómo qué? Pues eso, andar sin cabeza.
—¿Lo ves anormal? ¡Ver para creer!
—Déjate ya de estupideces y dime de una buena vez: ¿cómo lo haces?
—¿Cómo hago qué?
—Lo de la cabeza, ¡maldita sea! ¿Cómo haces para andar sin ella?
—¡Ah!, ya entendí. Pero si tú misma lo mencionaste en alguna ocasión. ¿Te acuerdas?
—¿Yo? ¿Cuándo? Estás loco.
—¿Loco? No lo estoy; lo estaba, pero ya no. No…, ya no.
—A ver, con calma. ¿Qué te ocurrió exactamente? ¿Qué dije? ¿Qué cosa te dije?
—¿Fuiste estudiante de biología?
—Sí, sí. ¿Y qué, con eso?
—¡Todo! Ahí tienes la causa de todo...
—Déjate de tantos rodeos y dime por todas qué te pasó.
—¿Recuerdas a las cucarachas que infestaban la cocina de la casa?
—Eso fue hace mucho tiempo. Éramos niños. ¿Qué tiene que ver con esto?
—¿Qué hacíamos a las cucarachas de la cocina?
—Pues no lo recuerdo, ¡dime tú! ¿Qué hacíamos a las cucarachas de la cocina?
—Les cortábamos la cabeza con una navaja de afeitar.
—¡Que asco!
—¿Te parece asqueroso? Antes no lo veías así. Al contrario, eras tú quien animabas a los demás a buscar al mayor número de insectos y después, entusiasmada, los decapitabas con mucha alegría. Decías que se veían muy graciosos corriendo por todos lados, sin cabeza. ¿No te acuerdas, hermanita?
—¡No! Y estás loco; loco de remate. ¡Por Dios, ya ponte la cabeza! Te ves estúpido... Ya póntela.
—En alguna ocasión me escribiste, desde la universidad, sobre las condiciones que tienen los insectos de vivir desprovistos de la cabeza, reaccionando automáticamente a la luz, la temperatura, la humedad, las sustancias químicas y otros estímulos; así pueden vivir alrededor de un año más o menos...
—Estás mal, muy mal. Eso solo era un juego; una niñada, ¡nada más!
—¿Eso crees? Pues no. Te tengo malas noticias; no solo en los insectos se operan estas tan peculiares características; también en ciertos individuos humanos.
—No te creo. No es cierto. Estás idiotizado, enfermo. Quedarte solo en esta casa tantos años te ha trastornado. Pero eso va a cambiar, te lo juro. Con mis hijos y mi esposo me mudaré aquí. Te cuidaremos, ya lo veras. Pero ponte... ¡vamos, por favor, ponte la cabeza!
—Ya no puedo, en serio, lo siento. Hace un año más o menos, al no haber más cucarachas a las que quitarles la cabeza, pensé en quitársela a mis pocos amigos... Pero soy demasiado cobarde y no me atreví. Desesperado, empecé a estudiar la posibilidad de cercenar mi cabeza, sin que con ello pusiera en riesgo mi propia vida. Después de muchos ensayos lo logré, como bien lo has comprobado tú, mi buena hermana, mi única hermana.
—¿Qué has hecho, Goyo? ¡Goyito...!
—Así soy feliz. ¿Aún vas a cuidarme? Cada día estoy más débil.
—Claro que sí. Ya nunca nos separaremos. Te lo juro, hermano.[/justify]
FIN
Mario Archundia C.
1 dic 2005
martes, 3 de mayo de 2011
Las dos Elenas
Amaneció este día tan abruptamente que las pocas horas de sueño se diluyeron en minutos y estos en segundos. Sin embargo, el reloj del buró marcaba las 8:17 de la mañana de un sábado cualquiera. Sentía una terrible resaca, tenía la boca pastosa y un horrible sabor que, sin poder evitarlo, tragaba cada vez que hacía el intento de pasar saliva; una saliva agria. El alcohol ingerido trastornaba ahora su cuerpo. La cabeza le daba vueltas, se mareaba con solo alzarla. Los ojos le ardían como cerillas encendidas. Apoyó su frente en la mano blanca, conteniendo el aliento e inspiró profundamente. A punto estuvo de vomitar hasta los pulmones.
Así encontró el día nuevo a Elena. Alguien se movió a unos centímetros de ella. Alargó su blanca mano y acaricio el cuerpo aún dormido de su querido Octavio. Aspiró, sin hacer ruido, el perfume que despedía el pecho de su marido. Eso la ayudó a suavizar los indicios del exceso del día anterior. Acarició con suavidad la espalda fornida, velluda y tibia de aquel a quien amaba con loco delirio.
Acercó un cigarro mentolado —siempre mentolados—; el humo aspirado le produjo una segunda sensación de desahogo. Seguridad. Tenía seguridad del amor de Octavio.
El tiempo en el reloj alternaba estas ideas conforme avanzaba. Definitivamente, dado su deplorable estado, no irían a trabajar, ni ella ni él. ¡Qué importaba si la galería que ella atendía hoy no abría sus puertas! ¿A quién le importaría que sus empleados se quedaran en la calle esperándola inútilmente? No iría y sanseacabó. ¿Y a Octavio? Su Octavio. Que se vayan al infierno sus editores; no acudiría a la promoción de ese libro nuevo que un amigo suyo presentaría con su anuencia.
Cerró los ojos, movió la cabeza en aprobación, mesó su cabellera rubia, ausente de cabellos blancos a pesar de los añitos, que se juntaban cada vez más. Octavio tampoco era ya el novel escritor que frecuentaba los muchos hoyos seudoculturales de la ciudad. ¡Qué decir de los tan famosos cafés de artistas, donde la bohemia se mezclaba con la poesía y las historias chuscas de quien las contaba!
A esos lugares y a tantos otros siempre iban, invariablemente, Elena y Octavio, y permanecían días enteros entre cigarros y alcohol, sin dejar de hablar, sin dejar de fumar y tomar. La vida trascurría divertida para los dos.
—Este muchachito algún día llegara a ser un importante personaje de nuestra sociedad —vaticinó la tía abuela. Por su parte, a la señorita Elena esas cosas no le atañían; se divertía como toda chica de su clase.
Una bocanada más y el mentolado se acabó. Como una bailarina de ballet, se contorsionaba para alcanzar con sus labios el ombligo de su amantísimo marido.
A todo aquel que le preguntaba la manera en que Octavio la enamoro, contestaba repetidamente: Flores blancas y poemas. Decía él que las arrancaba del jardín de su madre, sin que ella se diera cuenta. Contaba con un excelente sentido del humor, a veces travieso, a veces perverso.
Ella, una chica de sociedad, quedo seducida por las flores y los poemas del joven Octavio, cuando cursaron la universidad. En ningún momento él le preguntó si deseaba ser su novia, simplemente se los veía juntos casi todo el tiempo, compartiendo juegos y planes. Así fue incluso cuando se casaron, no hubo el clásico consentimiento por parte de la mujer. Casi sin darse cuenta, una buena tarde se quedó a vivir en la casa de ella. Aún hoy en día siguen en la casa de Cuernavaca, que era de la tía abuela. Venía a visitarla solo ocasionalmente, por los muchos compromisos de Octavio que lo ausentaban por meses de la casa y la vida de su mujer.
Ella realmente no tenía nada suyo; todo, pertenencias, títulos y su vida misma le pertenecía a su adorado Octavio. Juntos conocieron medio mundo, Tokio, Paris, Madrid, Copenhague, Buenos Aires, Nueva York, Nueva Delhi...
El dinero circulaba a raudales, la herencia paterna se despilfarró. En ocasiones, los gastos corrían por cuenta del erario público, pues en su calidad de funcionario cultural de Francia disponía de grandes sumas que usaba, según él, para gastos de representación.
Un día terminaron de viajar juntos. Regresaron a México desde Europa con el pretexto de la débil salud de ella, afectada por el frío recurrente de allá. El médico recomendó para ella el clima templado de acá. La ciudad elegida fue Cuernavaca, en la quinta de la tía abuela, que tanto apreciaba a su sobrino político. Para que ella no se aburriera, abrió una galería donde expondrían los pintores noveles y, en ocasiones, se efectuaban pequeñas tertulias. Nunca, nunca, su esposo estuvo en alguna. Llamaba a su generación, la ultima, gloriosa y excelsa. Lo demás eran poetillas de barrio o juniors que jugaban a hacer canciones de kinder: "Mamá, soy Paquito, ya no haré travesuras", y cosas así. Detestaba Octavio todo eso, Elena lo conocía muy bien. Nunca le reprochó nada, ni sus ausencias, ni sus pocas atenciones para con ella. Se limitaba a prodigarle su más tierno amor.
Desde que llegó a la ciudad de la eterna primavera, se acompañaba de sus historias y de sus gatos; gatos que bautizo con los nombres de poetas muertos: Pablo, Nigromante, Mario, Nicolás, Federico, Jaime, Julio, Rubén, Guillermo, Konstatino... Pero ninguno se llamaba Octavio; primero porque aun no murió, y segundo, Octavio, su más grande amor, no se podía comparar con el de sus mascotas.
¿Qué momento sería el más grande en la vida de Octavio? ¿Cuando se casaron? ¿Cuando le dieron ese primer reconocimiento en España? ¿Cuando estuvo de agregado cultural en Francia? ¿O cuando nació la única hija de ambos?
Deseaban que fuera mujer. Las niñas, indicaba, son cariñosas, sensibles por naturaleza. Musas de la creación natural. Además, admiraba en la mujer su inteligencia y la capacidad ante el dolor y el infortunio.
Nunca pensó qué hubiera sido de ella y su retoño si en vez de mujercita fuera hombrecito; él los juzgaba chillones, escandalosos, mustios y cobardes, plaga de viles cucarachas que todo lo infestan. Todo reducen a muerte y oprobio.
Cuando la feliz noticia llego a París, Octavio abordó el primer vuelo hacia México para conocer a su primogénita. Nada le importo abandonar sus compromisos oficiales y hacer de lado su investidura como agregado de la embajada de Francia. Nada más por el nacimiento de su hija. Ese gesto tan paternal no pasó desapercibido; el presidente de inmediato lo separo de tan privilegiada estancia. Años después confesó que, al ser notificado de su remoción, exclamó: "Ya estaba harto de esa ramera parisina en que se ha convertido la ciudad de Víctor Hugo".
De pronto un país oriental hizo su aparición: La India. Allí fue confinado, dado su pasado izquierdista. Pero, para no levantar ánimos encontrados, se le confirió el excelentísimo carácter de embajador. Llevo consigo a su hija, y por un tiempo a su mujer. Su hija se convirtió en el centro del mundo; la mayor producción de su obra fue en esos años, mientras su hija crecía. El tiempo pareció acelerar su paso desde ese instante pues la niña pronto se convirtió en una señorita distinguida, elegante y educada. Papá Octavio la mostraba orgulloso en las fiestas de la embajada, ante el servicio exterior, inflaba el pecho y todos coincidían en que, en efecto, la nena era una promesa inequívoca para continuar la obra del progenitor.
Ante eso Elena se sentía abrumada, desplazada de la vida de su gran amor; abandonada en su casa de Cuernavaca. Sumida en la soledad de los laberintos se negaba a ver más allá de lo evidente. La galería, los gatos, el recuerdo grato de las correrías vividas junto a su marido, cuando eran jóvenes. ¿Jóvenes?
Elena, tiene que aceptarlo, es cada vez más vieja. Las arrugas cruzan con ironía su rostro fino; las manos, surcadas por las hondonadas de los años, eran afiladas garras blancas.
Los dientes, manchados de sarro; tanto mentolado se pega hasta en las conciencias más rebeldes.
¡No! Elena era joven, bonita, preciosa, inteligente y viva; no habitaba en el cuerpo de esta Elena cada vez más enmohecida, con más delgados huesos, con más dolores de parto por las mañanas. Si tan solo hubieran envejecido juntos, si tan solo Octavio no fuera tan vanidoso y gustara de la vida corriente; hogareña y benigna... Pero eso no fue posible.
El resuello de otro cuerpo la sustrajo por un momento de sus abstractos pensamientos. Opuesto a ella, al otro lado de la mullida cama, dormía apacible la otra Elena, la hija de su Octavio; su hija misma. Desnuda, serena. De golpe le vino a la mente la noche anterior.
Solo de esta forma absurda acallo los celos y la pesadumbre que la aplastaba, que digería día a día de esa otra Elena. Al tenerla de frente encarnaba el espejo extraviado que ahora recuperaba de un solo golpe.
Fin
Mario a. 30 enero 2009
Dos cero cero dos
Dos cero cero dos
¿Cómo olvidar ese numero? ¿Cómo olvidarte, sin más, después de amarnos?
Porque aquello era amor... ¿O solo una mecánica forma de joder al otro? ¿Cómo saberlo de ti, si ya estás lejos…?
Te conocí en un dos cero cero dos. Yo, en vísperas del divorcio, sensible e idiota, me dejaba querer por toda mano que acariciara mi frente desprovista de ideas y de sueños.
Cerca de los cuarenta, sentía la piel colgada de mi cuerpo; mis huesos, marchitos y pulverizados, me dolían de tanto como me pesaban. Te lo dije en esos primeros días: me sentía morir; moría cada vez que, de regreso en el colectivo, esperaba la hora de llegar a mi habitación, siempre oscura, siempre húmeda, siempre y siempre.
Con la costumbre de una carne tibia servida en la cama, puesta en el mantel, me di cuenta enseguida de que lo peor que puede pasarle a cualquiera es quedarse sin más compañía que su soledad.
Entonces te conocí. Dice una canción antigua: "¿En verdad te conocí?, digo, ¿fue cierto?". O fue la necesidad de inventar una forma de vivir. ¿Por qué diablos te fuiste en este dos cero cero dos? ¿Por qué duró tan poco la felicidad que inventé?
Apenas bastó otro dos cero cero uno para desvanecerse, en la niebla de las madrugadas, la pasión desbordada que tejieron nuestros corazones calientes, cuando cayó el rey ante la arrogancia del alfil, azuzada por la porfía de la reina, vengativa, resentida. Todo se acabó, se fue al demonio; el dormitorio compartido, la cocina hasta donde alcanzó nuestra lujuria, todo, el demonio se lo llevó.
La pequeña televisión del salón azul se volvió nuestro cómplice y confidente, en las largas noches de insomnio. Entonces, a veces tu mentías, a veces yo engañaba mis ansias, y ante el pequeño receptor de sonidos y brillos lloraba en silencio.
Quiso Dios que en este dos cero cero dos tomaras tus pertenencias y huyeras del nido en que convertí esa accesoria alquilada. De eso hace tres días y, créeme, me muero. Seguro que tú no; incluso hasta consuelo habrás encontrado en otros brazos, en otros labios...
¿Será así el amor? ¿O solo son ganas de joder al otro? Si pregunto, nadie sabe, ni en las lecturas a las que tanto me aficione hay respuestas para esto que sentimos y nos mata.
¡Cómo duele amar!, si se puede llamar amor al mecánico esfuerzo de complacer al otro. Que ni el tequila, ni el mariachi son antídoto para mis recuerdos. Ni las muchas borracheras y las visitas en silencio al motel sosiegan el escozor que produce la lejana sutileza de la decepción.
¡Perdón! Si te fallé, perdón. ¡Qué me importa el orgullo, qué me importa lo que digan los demás! Necesito mi dosis de ti, metida en mi… Solo eso necesito en este dos cero cero dos.
mario a
¿Cómo olvidar ese numero? ¿Cómo olvidarte, sin más, después de amarnos?
Porque aquello era amor... ¿O solo una mecánica forma de joder al otro? ¿Cómo saberlo de ti, si ya estás lejos…?
Te conocí en un dos cero cero dos. Yo, en vísperas del divorcio, sensible e idiota, me dejaba querer por toda mano que acariciara mi frente desprovista de ideas y de sueños.
Cerca de los cuarenta, sentía la piel colgada de mi cuerpo; mis huesos, marchitos y pulverizados, me dolían de tanto como me pesaban. Te lo dije en esos primeros días: me sentía morir; moría cada vez que, de regreso en el colectivo, esperaba la hora de llegar a mi habitación, siempre oscura, siempre húmeda, siempre y siempre.
Con la costumbre de una carne tibia servida en la cama, puesta en el mantel, me di cuenta enseguida de que lo peor que puede pasarle a cualquiera es quedarse sin más compañía que su soledad.
Entonces te conocí. Dice una canción antigua: "¿En verdad te conocí?, digo, ¿fue cierto?". O fue la necesidad de inventar una forma de vivir. ¿Por qué diablos te fuiste en este dos cero cero dos? ¿Por qué duró tan poco la felicidad que inventé?
Apenas bastó otro dos cero cero uno para desvanecerse, en la niebla de las madrugadas, la pasión desbordada que tejieron nuestros corazones calientes, cuando cayó el rey ante la arrogancia del alfil, azuzada por la porfía de la reina, vengativa, resentida. Todo se acabó, se fue al demonio; el dormitorio compartido, la cocina hasta donde alcanzó nuestra lujuria, todo, el demonio se lo llevó.
La pequeña televisión del salón azul se volvió nuestro cómplice y confidente, en las largas noches de insomnio. Entonces, a veces tu mentías, a veces yo engañaba mis ansias, y ante el pequeño receptor de sonidos y brillos lloraba en silencio.
Quiso Dios que en este dos cero cero dos tomaras tus pertenencias y huyeras del nido en que convertí esa accesoria alquilada. De eso hace tres días y, créeme, me muero. Seguro que tú no; incluso hasta consuelo habrás encontrado en otros brazos, en otros labios...
¿Será así el amor? ¿O solo son ganas de joder al otro? Si pregunto, nadie sabe, ni en las lecturas a las que tanto me aficione hay respuestas para esto que sentimos y nos mata.
¡Cómo duele amar!, si se puede llamar amor al mecánico esfuerzo de complacer al otro. Que ni el tequila, ni el mariachi son antídoto para mis recuerdos. Ni las muchas borracheras y las visitas en silencio al motel sosiegan el escozor que produce la lejana sutileza de la decepción.
¡Perdón! Si te fallé, perdón. ¡Qué me importa el orgullo, qué me importa lo que digan los demás! Necesito mi dosis de ti, metida en mi… Solo eso necesito en este dos cero cero dos.
mario a
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